A las diez de la noche estaba prevista la llegada de estos hombres, pero la cita se retrasó casi dos horas. Por un lado, la salida de la zona universitaria se produjo más tarde de lo que se pensaba y, por otro, la comitiva avanzaba lentamente: las filas de mineros iban precedidas de un cordón de sindicalistas que iban abriendo paso y, rodeando al grupo, iban decenas de bomberos que, con una cuerda, limitaban el acercamiento de la gente.
Ningún desvío para evitar el caos circulatorio
Las ganas pudieron a muchos ciudadanos que decidieron empezar a bajar por la Avenida del Arco de la Victoria para acercarse a recibir a los mineros. El problema es que nadie del Gobierno (ni municipal ni autonómico) había dado orden de cortar el tráfico en ese tramo y la zona estaba completamente colapsada. Los coches intentaban atravesar Moncloa para entrar a la ciudad por alguno de los accesos de la carretera de La Coruña (A6) y los autobuses intentaban llegar al intercambiador.
Hubo momentos de tensión ya que algunas personas, al invadir la calzada, impedían que los coches avanzaran. Aparte de los conductores que no entendían lo que estaba pasando, había otros manifestantes que no legitimaban esa acción espontánea de cortar la carretera, en parte por el peligro que suponía. El objetivo, al no haber policía de ninguna clase que ayudara a regular ese caos, parece claro según algunos conductores que estaban bloqueados: conseguir la confrontación entre unos y otros ciudadanos, y que se criminalice la marcha minera y sus reivindicaciones.
Muchos de los coches parados mostraron su apoyo con el claxon aunque tuvieron que esperar unos 40 minutos antes de poder moverse de allí. Por su parte, los autobuses, abrieron las puertas para que los pasajeros se fueran a pie ya que nadie les decía el tiempo que tardarían en poder llegar hasta el intercambiador. Según explicaron a algunos conductores los dos únicos policías municipales que llegaron a la zona "ellos no eran competentes para desviar el tráfico".
Llegada triunfal de los mineros
Aunque se hizo esperar, la llegada a Moncloa fue estremecedora: canciones, consignas, banderas de todo tipo, vítores de "¡Sí se puede!" llenaban la entrada a Madrid. Se les recibía como a héroes, con una emoción inusitada, como si los mineros pudieran arrojar algo de luz, no sólo con sus cascos sino con su determinación, en un momento en el que muchos sectores tienen tantos motivos, o más, para salir a la calle a protestar.
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